Homilía en el Inicio del Año Ignaciano en la Universidad Católica del Táchira

Queridos hermanos sacerdotes, hermanos todos en el Señor Jesús.

Antes de comenzar esta breve reflexión quiero saludar a los padres jesuitas que hoy inician su Año Ignaciano, pidiéndole al Padre Gazo, el veterano de la universidad y al Padre Arangure que haga llegar este saludo, no solamente mío, sino de la universidad y de toda la Diócesis de San Cristóbal tanto al Padre Garrido, vice-provincial, como al Padre General quien todos nosotros conocemos y quien fuera rector de esta universidad, Padre Arturo Sosa. Que Dios les conceda la gracia de la perseverancia y de la fidelidad a la obra que ellos iniciaron y  han continuado en comunión con la Iglesia.

Si nosotros nos fiamos bien y leemos atentamente la Palabra de Dios nos damos cuenta que el Señor no nos pide a nosotros cosas imposibles, pero si hace lo imposible, realidad. Partiendo del hecho de la Encarnación, pero a la vez el Señor sabe y Él es el que elige, nosotros no somos los que elegimos sino que Él nos elige. Y en la historia de la Palabra de Dios y en la Historia de la Iglesia nosotros nos encontramos con unos hechos concretos que nos permiten hacer hoy realidad que lo imposible para los hombres es posible para Dios. Y que lo posible para los seres humanos muchas veces va en contra del plan de Dios.

Hoy nos recuerda el Evangelio un diálogo de Jesús con los Apóstoles y el que toma la palabra es Pedro, y Pedro no era un hombre cualquiera, quizás no tenía las letras de un Rabino, quizás no era un hombre del gran pensamiento filosófico de la época, pero era un pequeño empresario, el junto con algunos tenía sus barquitas y eso le daba importancia, no la importancia política que algunos pretendían como era el caso de Judas Iscariote, que también venía de estos grupo subversivos de los celotas, que buscaban la liberación y tenían buen pensamiento, solo que después se desvió por su orgullo y su soberbia. Y Pedro nos enseña en su vida varias cosas. La primera es que tiene que decir que si al Señor, a la invitación y que tiene que prepararse e irlo descubriendo pero que solo, solo, en el choque con su orgullo, en el choque con su grandeza, para convertirse en su pequeña grandeza o en su pequeñez engrandecida el Señor lo termina de llamar.

El Señor lo elige, bien lo sabemos, y en un momento dado como lo dice el Evangelio de Dios, él reconoce “Tú eres el Hijo de Dios” cosa que no habían podido hacer los rabinos, pero él lo descubre porque está en sintonía con la gente sencilla que lo buscaba. Pero también eso lo fue llevando, haciéndole crecer los sumos y entonces llegó a considerarse el importante, tal es así que negó al Señor por miedo. Pero luego, pasada la noche oscura del Viernes Santo, del Sábado Santo y en el encuentro con el Resucitado, días después, el Señor entonces lo llama  y él respondió “Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. Primer ejemplo, alguien importante que cae pero que se levanta para luego, como le dice el Señor, llevar una misión, yo soy el que te voy a vestir no eres tú el que te vistes. Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas.

Seguimos un poco la historia y nos damos cuenta que algo parecido sucede unos años después con alguien que era un gran maestro, que terminaba sus estudios de rabino, pero sabía mucho y así lo demostró después, y en su fidelidad a la ley persiguió a los cristianos y en un camino, caminando mejor dicho, en una tarea que le habían impuesto en cierto modo, de buscar cristianos para llevarlos a Jerusalén en la Damasco, cerca del mar muerto, el recibe el golpe de la luz, pierde la visión, que en el fondo no es otra cosa que esa noche oscura de la conversión para luego ser testigo de la luz y servidor de Jesucristo. Iniciador de un movimiento eclesial en comunión con los Apóstoles y es el movimiento de la Iglesia Universal, por eso le llaman el Apóstol de las naciones.

Así seguimos, vamos a hacer otros saltos en la historia, y quisiera fijarme en tres personas que también algunos, como lo dicen sus biógrafos, vivieron la experiencia de Pedro y de Pablo. Uno de ellos Francisco, era un hombre importante con un gran porvenir y en una de esas, esos choques de sus noches oscuras, se convierte y recibe la misión de construir, reconstruir la Iglesia y en la sencillez y simplicidad de su vida se  convierte en uno de los grandes evangelizadores del medioevo. Siglos después nos encontramos con un ejemplo parecido, del cual comenzamos a celebrar 500 años hoy, en este inicio del Año Ignaciano. Un hombre importante, de grandes recursos, motivado por una herida entra en lo que llamamos en la vida espiritual una noche oscura y logra la conversión para beneficio de la Iglesia, beneficio del pueblo de Dios y por supuesto de su santidad.

Y si nos venimos un poquito más cerca de nosotros, a pesar de que quizás no tuvo la experiencia dura de Pedro, de Pablo, de Francisco y de Ignacio, nos encontramos también con alguien parecido, con otra experiencia pero con la misma situación. El Señor elige a alguien que se convierte en un modelo de vida, un gran médico, un gran investigador de su época, no solo en Venezuela sino en Europa, y le llega la tentación, pues estudiando en París, con las mejores notas, quizás con las mejores del momento es contratado para ser investigador y profesor y prefiere servir a Dios en medio de los pobres de sus pueblo y hoy nosotros lo veneramos como Beato.

Todo esto me lleva a pensar en dos ideas o tres ideas que quisiera compartir con ustedes, la primera es que el Señor a todos nosotros nos elige, nos llama, y nos llama no por lo que somos, nos llama no porque tengamos méritos, no porque pertenezcamos a una clase social o tengamos una influencia, sino porque quiere valerse de cada uno de nosotros para su obra y lo vemos reflejado en Pedro, Pablo, Francisco, Ignacio, José Gregorio y con toda humildad, si estamos en esa sintonía, en cada uno de nosotros.

Pero eso requiere una condición, que es importante y necesaria, la humildad, la humildad no significa hacerse uno el tonto, no significa vaciarse de las cualidades que Dios nos ha dado, no significa bajar la cabeza por bajarla, sino la humildad significa reconocer que Dios, que nos ha dado esas cualidades, se vale de esas cualidades para servir dentro de la Iglesia. Pedro, que era un buen conductor, un piloto, como diríamos ahora en términos modernos, de naves, lo elige para ser el gran timonel de la Iglesia en los inicios de la historia de la Iglesia y Pedro lo sabe, y no deja de poner sus cualidades al servicio, incluso ante la discusión que había con sus otros compañeros y en las cuales después se introduce San Pablo, logra entender que para vencer las tempestades y seguir mar adentro, no solamente debe tener fijas las manos en el timón, sino los ojos abiertos al futuro, al horizonte, para ojear el camino que conduce a la nave.

Lo mismo sucede con Pablo, Pablo no dejó de ser el rabino, el estudioso, pero ahora convertido, y en su humildad, y aún con un temperamento recio, logra guiar una parte de la Iglesia difícil, la de los que venían del paganismo para incorporar a los que venían del judaísmo, y convertirse entonces en el Apóstol, el Apóstol que enseña, el Apóstol que guía, el Apóstol que incluso manifiesta su humildad por su identificación por Cristo, porque llega incluso a decir “no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” y “para mí el vivir es Cristo”.

Pedro y Pablo, Francisco igual, desde su sencillez no deja de colocar al servicio los conocimientos que el Señor le ha dado, que es  la de ir donde los más necesitados, compartir con los más necesitados, y descubrir en la naturaleza, la hermana que hay que cuidar, y la hermana donde hay que reconstruir la Iglesia, donde hay que reconstruir la sencillez del Evangelio de un momento que se vivían situaciones bien difíciles.

Y es lo que encuentra también Ignacio en su época, Ignacio no deja de ser el hombre inteligente, el hombre capaz, el hombre de dirección, pero que sí, con su herida reconoce que debe estar al servicio de Dios, que no es el mundo el criterio con el cual él debe servir, y por eso en su conversión y lo podrán testimoniar miles y miles de estudios, en su conversión se lanza a una obra que aún hoy perdura, como la de Pedro, la de Pablo y la de Francisco, y es la obra de la Compañía de Jesús que está llamada en todo momento a Amar y Servir, y ahí está la clave. Pero para amar y servir en todo se requiere la humildad, que la humildad, repito, no es rebajarse por rebajarse, sino reconocer que los otros son iguales y hasta más grandes, como el Señor lo hizo con el lavatorio de los pies.

Y volvemos con nuestro santo beato, para todos nosotros santo, declarado Beato hace poco tiempo, hace un mes, pero que también nos enseña como en su humildad, sin dejar de ser el médico, el investigador, hablando con algunos médicos me decían que quizás, guardando la distancia de la época, es uno o quizás el más grande de los investigadores de Venezuela, aun contando con los de hoy, es José Gregorio Hernández. Aun sabiendo eso no dejó de ser el hombre sencillo, el hombre de la alegría, el hombre de Iglesia, el hombre de la oración, y el hombre del servicio a todos y en particular a los más necesitados. Y todo esto tiene una clave, una clave importante, y es lo que nos dice el Evangelio: ¿Quién dice la gente que soy yo?

Si nosotros salimos ahorita a hacer una encuesta a la gente en la calle, mire quién es Jesucristo, y más de uno va a decir que es un brujo, otro que un filósofo, otro que un revolucionario, alguien que perdió el tiempo, otros que fue un Dios, que no sé cuánto, esto que aquello. Pero el Señor, que en su pedagogía también era muy vivo le dice muy bien ya sabemos lo que dice la gente, pero ustedes que dicen, y sale Pedro, dicen que Pedro era muy salido, y dice “Tú eres el Hijo de Dios Vivo” y ahí está la clave. Porque eso fue lo que hizo Pedro, Pablo, Francisco, Ignacio y José Gregorio y lo que tenemos que hacer nosotros, sin dejar de ser lo que somos, sabiendo que Dios nos elige, nosotros estamos llamados a proclamar a Jesucristo y al Evangelio con todas sus consecuencias, a proclamarlo de tal manera, sin ambigüedades, en un mundo que necesita un punto de referencia claro y preciso. Cómo fue claro y preciso lo que enseñó Pedro, Pablo Francisco, Ignacio y José Gregorio y pare de contar de tanta gente que nosotros conocemos.

Hoy en el mundo actual, para Venezuela, para nuestro Táchira, para nuestra universidad, si algo tenemos que hacer es proclamar Tú eres el Hijo de Dios Vivo, el liberador, el Salvador. Pero no solamente proclamarlo, sino vivirlo. Por eso como dice San Pablo  “no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”, porque la única manera de poder decir tu eres el Hijo de Dios Vivo es porque estoy identificado contigo, eso le pasó a Pedro, a Pablo, a Francisco, a Ignacio, de quien hoy celebramos 500 años de su conversión. A partir de ese momento de esa conversión, tal como la hemos tratado de diseñar hace un momento, que hicieron, proclamar, anunciar con su propia vida “Tú eres el Hijo de Dios Vivo”.

En estos días, un acontecimiento y el otro, aquí en la universidad y en toda nuestra Diócesis y en el mundo estamos celebrando la beatificación de José Gregorio Hernández. ¿Qué nos enseña él?, muchas cosas, ojalá pudiéramos estudiarlo más, porque generalmente lo conocemos como el médico, el investigador, algunos que un poco romántico, pero cuando leemos su vida y obra, que yo creo que no llega ni el 0,001% de venezolanos que han leído las obras de José Gregorio, nosotros descubrimos que en sus estudios médicos, en sus libros de filosofía, en sus pensamientos y en sus cartas de una u otra manera, con su estilo, dijo yo lo hago porque estoy identificado con el Hijo de Dios Vivo. Y cuando leemos las obras de Ignacio, sus ejercicios que son los más conocidos, podemos decir que te estoy invitando a que tú te ejercites, a que entres en la dinámica que eres seguidor del Hijo de Dios Vivo, y eso es lo que tenemos que hacer, sin miedo.

 A ellos le tocó situaciones difíciles, pero nosotros vivimos tiempos difíciles, que no son tiempos de ambigüedad, ni para contemporizar con ideologías, ni políticas, ni culturas, es tiempo para mantener la firmeza en la fe, para poder decir “Tú eres el Hijo de Dios vivo”, y porque eso eres, Tu Palabra es viva  y Tu Palabra me lleva, me guía por la verdad, humildad, dignidad y recta moral. Nosotros vivimos momentos difíciles, pero quisiera, valiéndome del ejemplo de Ignacio y José Gregorio, que están muy cerca de nosotros en este día, decir que en este tiempo difícil debemos tener la misma visión de ellos, visión de futuro, confianza en Dios y decisión, no podemos estar nosotros esperando a ver quién viene, no son tiempos para decidir si hay o no acuerdos, que son necesarios, no, es tiempo para que nos decidamos en mi metro cuadrado, en la familia, en la universidad, en la Diócesis, en la Parroquia, a construir el Reino de Dios, que es de justicia, paz y libertad y no de mentiras, corrupción y oscuridad.

Y por eso hoy se nos presenta a nosotros esta oportunidad hermosa de poder decir tu eres el Hijo de Dios vivo, y por eso aquí, con mi familia, con mis compañeros, hago lo mismo que Ignacio y José Gregorio, construir tu Reino, tiempo de decisión y confianza, confianza implica esperanza, una fe con esperanza, confianza significa que la fe y la esperanza se ponen en práctica. Esperanza no significa resignación, romanticismo: ‘vamos a ver si llega aquí un nuevo mesías que salve al mundo’, no. Esperanza es aquello que nos enseñó San Juan Pablo II, lo dijo un 9 de febrero de 1996 cuando llegó a Caracas, dijo: “esperanza es crecer y hacer crecer a los demás”. Y eso es lo que nosotros tenemos que hacer, creer para hacer creer a los demás. Y es la misma experiencia de Ignacio en su conversión, creció, pero no para adentro, de ser así explota. Creció para hacer crecer no solo a su Compañía, sino a toda la Iglesia con sus obras. Y lo mismo hizo José Gregorio, dificilísimo, no tanto como ahora, pero en aquella época sí, alentó el crecimiento personal, no dejó de estudiar ni de investigar, no se limitó a compresas, a pastillitas, no investigó, creó e hizo cosas que eran casi imposibles para el momento.

Yo no sé si ustedes sabían que José Gregorio Hernández tuvo que aprender francés, pero él por su cuenta, para estudiar más en favor del pueblo venezolano, aprendió portugués, latín, inglés y por si fuera poco el alemán, y cuando fue a Alemania a estudiar no pasó necesidad, y no había academias, él creció para hacer crecer a los demás. Y todo esto porque tuvo algo que nos cuesta a nosotros en el mundo de hoy, ver hacia adelante, tener visión de futuro. Ver hacia adelante no significa que alguien nos sacará de todo esto, no, ver hacia adelante es ver por donde está el camino, y poner las bases para ir hacia allá. No podemos seguir cavando hacia abajo, sin nada que contradiga la dignidad humana, y puedo poner ejemplos concretos, José Gregorio Hernández, que trajo el primer microscopio a Venezuela e inauguró la cátedra de microbiología, que en Venezuela no existía. Para preparar mejor a los médicos.

Todos nosotros estamos llamados a ser gente con capacidad de ver hacia adelante, y eso es uno de los defectos de nosotros los venezolanos, que vemos hacia atrás y sino hacia abajo, el futuro es de Dios, pero nosotros lo buscamos. La clave para ser gente de futuro nos lo dice el Evangelio de hoy, el que quiera seguirme que se identifique conmigo, tome su cruz y me siga. Y eso fue lo que hizo José Gregorio y los anteriormente mencionados.

Dentro de un momento el Pan y el Vino que vamos a ofrecer se van a convertir en la presencia viva, esta Palabra se vuelve a hacer presencia viva en la Eucaristía, nos vuelve a presentar a Jesús, al cual nosotros reconocemos como el Hijo de Dios Vivo. Alimentamos nuestra fe y reavivamos nuestra esperanza con todo lo que viene de Dios que es el amor. Que San Ignacio y el Beato José Gregorio nos ayuden a ser como Pedro, capaces de decir sí Señor Tú eres el Hijo de Dios Vivo, me la juego contigo, tomo tu cruz como la puerta de entrada a aquello que celebraremos el próximo domingo, somos testigos del amor del Espíritu Santo. Amén.

+MARIO MORONTA

San Cristóbal, 20 de mayo de 2021