Consagración del Táchira y de los Andes Venezolanos al Santo Cristo de la Grita

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Con el corazón ardiente por la fuerza de tu Palabra de Vida Eterna, acudimos ante Ti, SANTO CRISTO DE LOS MILAGROS DE LA GRITA, desde los montes y valles andinos, desde nuestras ciudades y aldeas, desde la frontera con la hermana Colombia y los llanos del sur tachirense, desde las zonas cálidas del norte y desde los hermosos y sabrosos páramos de nuestra región. Venimos con los pies del peregrino que no se cansan de acompañarte y de seguirte, fortalecidos por la esperanza que has colocado en nuestras almas. Llegamos ante Ti con la dulzura y la alegría del amor de discípulos misioneros, el cual has hecho crecer en cada uno de nosotros para manifestarlo con un decidido testimonio de servicio y fraternidad.

Contemplamos tu Cruz, árbol de la Vida sembrado en esta tierra linda del Táchira, en las alturas inhiestas de los Andes venezolanos. A tus pies han florecido los frutos de nuestra tierra, el café, las fresas y moras, las hortalizas y verduras de nuestros campos, las calas y las rosas; así como la riqueza animal que adorna nuestros campos y sirve también para el sustento cotidiano. Tus brazos abiertos abrazan a tantos hombres y mujeres de todos los tiempos para brindarles seguridad, fortaleza, salud espiritual y corporal, liberación del mal y del pecado. Admiramos tu “rostro sereno” y reafirmamos nuestra profesión de fe en Ti: Tú nos ha dado a conocer el amor salvífico del Padre y nos ha regalado la fuerza del Espíritu Santo. De tu costado traspasado han brotado la Iglesia y los sacramentos y, al contemplarlo sentimos cómo podemos penetrar a través de Él hasta llegar a unirnos a tu Corazón, Sagrado y Salvador.

Pues sabemos que has marcado la historia de nuestro pueblo y te has hecho uno de nosotros, al confiar que nunca nos abandonas y eres la razón plena de nuestras vidas, HOY Y SIEMPRE CONSAGRAMOS AL TÁCHIRA Y LOS ANDES VENEZOLANOS A TI. En tus brazos amorosos colocamos a nuestra gente, los hombres y mujeres que caminan sabedores de tu compañía: los agricultores y ganaderos, los estudiantes y maestros, los profesionales, comerciantes y empresarios que buscan el progreso de la región; los enfermos y los sanos, los médicos y enfermeros; las autoridades civiles y militares, los dirigentes políticos y sociales; los niños con sus ilusiones, los jóvenes con sus proyectos, los adultos con su experiencia, los ancianos con su sabiduría; nuestros laicos comprometidos en la evangelización. En esos mismos brazos amorosos te colocamos también, a nuestros sacerdotes, seminaristas y religiosas; nuestras familias que son esa pequeña Iglesia Doméstica donde te haces presente cada día; las Comunidades Eclesiales de Base y los grupos de apostolado. En esos brazos abiertos y llenos de misericordia colocamos el dolor de tantos pequeños menospreciados por la sociedad; los migrantes que transitan por nuestros caminos, los pobres y excluidos de la sociedad, los descartados y abandonados… ellos son sacramento de tu amor. Desde tu Cruz nos atrevemos a mirar hacia adelante en el horizonte del Reino que inauguraste con tu entrega redentora: haz que nuestro futuro esté lleno de desarrollo integral, respeto de la dignidad humana y sea señal de “los cielos nuevos y la tierra nueva” creados con tu Pascua liberadora.

Nos consagramos todos a Ti. Y, al hacerlo, recordamos que somos “ofrendas vivas” como lo fuiste Tú ante Papá Dios. Así, renovamos nuestra fe de discípulos seguidores de tu Evangelio para ser testigos decididos de tu Resurrección; nuestro amor con el cual, además de manifestarnos como hijos de Dios, renovamos nuestra solidaridad, el empeño por la justicia y la libertad y el compromiso por extender la fuerza redentora de tu Reino. Sabemos que no nos abandonarás nunca: concédenos la libertad, la justicia y la paz; danos entusiasmo evangelizador y solidaridad decidida; suscita hogares cristianos y muchas vocaciones sacerdotales, religiosas y al compromiso laical

Al consagrarnos completamente a Ti, confiamos en tu gracia para seguir en el camino como peregrinos hacia la plenitud del encuentro definitivo con el Padre; sentimos la acción del Espíritu que bendice y guía nuestra Iglesia con sabor a pueblo y servidora de todos sin excepción; asumimos tu mandato de ir a la misión y proclamar tu Evangelio liberador promotor de nuevos discípulos. Como te imploraron los caminantes de Emaús, “¡QUÉDATE CON NOSOTROS!”. Así te sabremos reconocer en el partir del pan en todo tiempo y lugar. Recibe nuestra confiada consagración que te presentamos en las manos de María del Táchira, Nuestra Señora de la Consolación, Madre tuya y Madre nuestra. Al consagrarnos a Ti, queremos seguir dándote a conocer desde esta hermosa tierra con la decisión de nuestra Iglesia, la cual “en espíritu y verdad” ha decidido continuar tu obra de salvación.

SANTO CRISTO DE LA GRITA, DEL ROSTRO SERENO, en comunión con el PADRE DIOS Y EL ESPÍRITU SANTO CONSOLADOR, recibe todo honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

SAN CRISTOBAL, 6 de agosto del año 2020.

+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL.