PLEGARIA AL SANTO CRISTO DELA GRITA

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PLEGARIA AL SANTO CRISTO DELA GRITA

 

Ante ti, Santo Cristo de los Milagros, nuevamente acudimos con la certeza de que nos escuchas y nos sostienes. Tus brazos amorosos, aunque clavados en la Cruz, poseen la fuerza para cargar con toda la humanidad. En ellos, encuentran consuelo los pobres, los que sufren y los excluidos. Con ellos, se fortalece la auténtica esperanza de tus discípulos, particularmente quienes se dedican al servicio de los demás. Por ellos, se manifiesta el inmenso amor de tu entrega al Padre para la liberación de todos. Ellos siempre están abiertos a fin de recibir a tantos hijos pródigos que quieren regresar a casa, para llevar las ovejas extraviadas y además para acoger con total perdón a los pecadores.

 

Ante ti, Santo Cristo de la Grita, venimos para decirte que eres el centro fundamental de nuestra vida, que vives ayer hoy y siempre; eres lo más importante de nuestra nación. Como siempre, buscamos tu rostro sereno: en él redescubrimos el rostro misericordioso del Padre Dios. Con él y su leve sonrisa que atestigua el cumplimiento de la misión recibida, sentimos seguridad. Por él, experimentamos la confianza que has depositado en nosotros. Es un rostro sufrido pero contagiante de una alegría plena, la de la comunión con Dios y con la humanidad: es el rostro del Sacerdote/Víctima que unió con un puente de amor lo que se había roto, es decir la unidad entre los seres humanos y Dios.

 

Ante ti, Santo Cristo de los Milagros, volvemos a contemplar tu costado traspasado por la lanza: allí admiramos el corazón desde el cual se hizo sentir que cumplías la voluntad del Padre Dios. De ese costado, con el agua y la sangre brotaron los sacramentos y la Iglesia. En ese costado abierto podemos conseguir refugio ante tantas angustias y dificultades. Con ese costado abierto, sentimos la luz salvífica que ilumina las sendas que conducen a ti y nos permiten llegar a la plenitud de la vida nueva.

 

Ante ti, Santo Cristo de la Grita, nos presentamos de  reafirmar nuestra fe y nuestra vocación de discípulos. Llegamos de tantos lugares, cruzando los valles y montes andinos, y aunque lejos esté nuestro cuerpo nuestra alma siempre estará unida a ti. Gracias a tantos hermanos te han ido conociendo por Venezuela y allende sus fronteras, Donde viva, camine, trabaje un tachirense, por su testimonio y piedad, te hace conocer y comienzas a tener nuevos devotos; sencillamente porque tu costado recibe a todos sin acepción de personas, porque tu rostro sereno hace sentir el esplendor de la caridad y de la verdad que nos hace libres; porque tus brazos son el apoyo firme y seguro para nuestras familias, nuestras instituciones, nuestras comunidades, nuestra nación, nuestro mundo.

 

Ante ti, Santo Cristo de los Milagros, revivimos tu pasión y la dura experiencia de El Calvario. Como ícono de nuestra fe, vemos en tu hermosa talla las páginas del Evangelio que nos relatan tus últimos momentos antes de la muerte; podemos sentir el martillo que hace penetrar los clavos en tus manos y pies; podemos escuchar también las burlas que pretenden seguir quitándote tu dignidad junto con el despojo de tus vestiduras para quedar expuesto en tu desnudez ante la gente allí reunida; podemos sentir la misma sed que no quisieron saciar; podeos asociarnos al dolor de María, a quien nos dejaste como Madre amorosa; podemos escuchar todas tus palabras y las del centurión, el único en reconocerte como Hijo de Dios.

Ante ti, Santo Cristo de la Grita, queremos hacer nuestro el clamor que salió de tus labios “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” También hoy en toda Venezuela experimentamos una situación tal de indefensión y abandono que nos hace pedirle al Padre Dios por qué todo esto que sufrimos. Nuestra fe nos ayuda a entender que el Padre no te abandonó: era el momento supremo de tu entrega en sus manos. Él estaba allí, aún cuando sintieras la soledad del suplicio. Sabemos que Dios está junto a nosotros, pero aún así sentimos soledad, menosprecio e indefensión.

Sí, Señor del Rostro sereno, queremos hacerte llegar nuestro clamor por justicia y liberación. Formamos parte de un bravo y noble pueblo que ha sido despojado de las vestiduras de su dignidad: es minusvalorado y manipulado, a tal punto que se le sigue engañando con falsas ilusiones y con regalías que lejos de ayudarlo, más bien lo empobrecen. Formamos parte de un pueblo al cual se le está privando de un porvenir promisorio. Sus dirigentes políticos no se siente “pueblo”; unos porque no quieren dejar sus posiciones de poder, otros porque sólo tienen afán de poder y dinero; y todos ellos con un solo objetivo, asegurar sus propios intereses.

Sí, Señor del Rostro sereno: compartimos el dolor y el sufrimiento de tantos hermanos. Hay hambre que golpea a numerosas personas y va permitiendo desnutrición y enfermedades. Los enfermos no tienen ni buenos servicios de salud ni medicinas; parte el alma ver cómo muchos mueren por esa causa. Muchos hermanos se están yendo del país en busca de mejores condiciones de vida: causa dolor ver los miles de venezolanos que pasan diariamente por nuestras fronteras para ir a otros países y es triste ver cómo grandes grupos de hermanos van caminando por las carreteras de Brasil, Colombia y Ecuador. ¿Dónde está la justicia? No hay sino que ver cómo hay muchos privados de libertad que no han recibido sentencia y permanecen hacinados en comisarías de policía sin que se les dé una salida.

Sí, Señor del Rostro Sereno: hay sufrimiento y dolor, desesperanza y desconsuelo. Ha crecido la pobreza en un país que es rico en recursos naturales y que pudo haber sido mejor productor de tantos insumos. Pero el saqueo de los recursos, como sigue sucediendo en el así denominado arco minero, así como la corrupción y otros males, acrecientan la brecha y cada día hay más gente pobre y empobrecida.

Sí, Señor del Rostro sereno: nuestro pueblo sufre y siente el dolor de nuevos clavos que atraviesan sus vidas como los que atravesaron tus manos y pies en la Cruz: son los clavos del “bachaqueo”, la especulación y el contrabando; los clavos de la violencia manifestada en la delincuencia, la inseguridad, el narcotráfico y la trata de personas. Se  siente el martillazo de esos clavos en la acción de las mafias que buscan adolescentes y jóvenes para llevarlos a la prostitución, o para despojar de sus pocos ahorros y pertenencias a los que deciden emigrar, Se sienten las marcas de esos clavos en tantos niños abortados, en los que son corrompidos por la pornografía, en quienes son inducidos a hacer el mal. Muestran las heridas de esos clavos tantos hombres y mujeres que ven a sus hijos hundidos en las drogas, el alcohol y el dinero fácil. Causa impotencia ver cómo en tantas alcabalas y puntos de control bajan a hermanos nuestros de los transportes públicos, los requisan y les quitan sus pertenencias, sin que nadie pueda reclamar nada. Produce indefensión ver cómo hay gente que incluso se califica como cristianos católicos que promueven el aborto y la ideología tendiente a resquebrajar la familia. Tu pregunta “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” se convierte hoy en nosotros en “¿hasta cuándo Señor?”

¿Hasta cuándo Señor habrá irresponsables que nos conducen por el despeñadero? ¿Hasta cuándo habrá gente indiferente y mediocre que no ve más allá de sus párpados y piensan que no está pasando nada? ¿Hasta cuándo habrá gente que se enriquece empobreciendo al pueblo y robándose lo que no les es propio? ¿Hasta cuándo habrá quienes piensen en nuevos mesianismos o en soluciones venidas desde fuera? ¿Hasta cuándo Señor?

Ante ti, Señor de los Milagros de la Grita profesamos nuestra fe y reconocemos que de verdad el Padre Dios no nos ha abandonado. Lo sentimos en la solidaridad de numerosos cristianos y personas de buena voluntad. Sabemos que Él nos acompaña al comprobar cómo hay hermanos nuestros quienes apenas con cinco panes y dos peces dan de comer a miles de venezolanos: lo vemos en la frontera, en las casas de paso y de misericordia de la Diócesis de Cúcuta y en las parroquias tachirenses del eje fronterizo; lo palpamos en el esfuerzo de sacerdotes y laicos de nuestras comunidades eclesiales y en las Cáritas parroquiales: con ellos se extiende la fuerza acogedora de tus brazos y la ternura de tu amor; en el vaso de agua compartido, el abrazo y la palabra oportuna y reconfortadora. ¡Qué hermoso es comprobar cómo los más pobres son hasta más solidarios que los más pudientes!

Antes de renegar y maldecir como pueden hacerlo quienes no tienen fe o han dejado de practicarla, aquí nos tienes para decirte que puedes contar con nosotros. Para no caer en la tentación de la desesperanza y del conformismo, con tu gracia, somos capaces de poner todo en común, compartirlo y hacer que nadie pase necesidad. Así podremos cumplir tu deseo de atender a los más pequeños y entonces podrás decirnos: “tuve hambre y me dieron de comer…”

Imploramos tu gracia para que nos sostenga y así podamos dar las respuestas justas a los retos del presente. Es verdad que hemos vivido los tiempos de las vacas gordas y no lo supimos aprovechar. Hoy es el tiempo de las vacas flacas y hemos de responder adecuadamente. Ilumina a quienes tienen el poder político y económico: que cambien de actitud y sean más cercanos a la gente. Da determinación a los pastores y laicos católicos más comprometidos con la evangelización para que no renuncien a su pertenencia al pueblo. Concede a tu pueblo la inteligencia de la fe, la fuerza del amor y la perseverancia de la esperanza para ir adelante y edificar en Venezuela tu Reino de justicia, paz y amor. Líbranos del pesimismo y la mediocridad; llénanos más bien de la decisión valiente de construir la Venezuela que requerimos. Líbranos del mal encarnado en el pecado del mundo y toca los corazones de quienes han optado por la oscuridad y la corrupción para que se conviertan.

Santo Cristo de la Grita, nuestro protector: en tus brazos nos acogemos y en ellos colocamos a Venezuela con toda su gente. Con nosotros, Venezuela está peregrinando hasta ti: en este tiempo de crisis, cuando nuestra nave boga por aguas turbulentas, haz que no seamos gente de poca fe, sino que sepamos mostrar que Tú estás en esa misma barca y no permitirás que zozobremos. En ti confiamos, cuenta también con nosotros. Amén

 

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal

6 de agosto del año 2018.